2020, un año de complejidades y retos. Un virus invasor vino a poner nuestra vida de cabeza y hemos ganado lo que no queríamos ganar y perdido lo que no queríamos perder. Ganamos incertidumbre, estrés, desempleo, inseguridad entre tantas otras cosas; y hemos perdido salud, negocios, abrazos, encuentros, y más importante en tantos casos, personas a las que amamos.
A quienes me dirijo son personas que como yo, buscan cierres y aprendizajes desde sus propias experiencias, para prepararse a correr la carrera de obstáculos que tenemos por delante.
“Nadie nos preparó para esta pandemia”
Lo hemos escuchado muy frecuentemente en los últimos meses, y sí, es cierto, nadie nos preparó. Me atrevería a decir que todos, sin excepción, hemos sido probados de una u otra forma, en mayor o menor medida, en nuestras capacidades personales. Aunque es cierto que la vida suele probarnos -con o sin pandemia-, ahora la prueba fue colectiva, masiva y a un mismo tiempo. Todos probados en nuestra resiliencia, en nuestra habilidad de afrontar una crisis, en la forma de organizarnos, en nuestra inteligencia emocional y creatividad, en nuestra empatía y solidaridad, y en tantas otras cosas más. Y, sin duda, para muchos ha habido sorpresas (en sentido positivo y negativo) en su forma de lidiar con las diversas situaciones que se han presentado.
Ahora se corren otros riesgos que en un principio parecieran no ser problema, pero que pueden llegar a ser más dañinos que aún el mismo virus que nos mantiene alertas. Me refiero a cuestiones como el hartazgo, la indiferencia, el conformismo, o la negación. Es un sentimiento normal desear con todo el corazón que pase este capítulo y esperar a que todo vuelva a ser normal, ¡y ojalá eso pase!, el error sería hacerlo sin realmente reflexionar todo lo que hemos conquistado durante este año, ya sea para nuestro crecimiento, ya sea para darnos cuenta las áreas de oportunidad más urgentes en las que hay que trabajar.
Recuerda: nada es un desperdicio
Hay quienes dicen que este año “no cuenta”. “Este año no cumplí años”, es la frase que más he escuchado en son de broma, pero que sin duda proyecta ese sentimiento de decepción que la pandemia ha generado: desperdicio de tiempo, de planes que han cambiado, de sueños que han quedado sin realizar.
Es por ello, que después de meses en los que hemos generado rutinas para seguir con nuestras vidas aun en el aislamiento, sería muy bueno comprobar si esas rutinas nos están haciendo seguir adelante por inercia o si, por el contrario, nos empujan constantemente a sacar mucho más de lo que nosotros mismos podíamos imaginar.
A unos días de cerrar el 2020, es necesario darnos cuenta cómo es que este año sí ha contado, ¡vaya que ha contado!, y nos lo hemos ganado a pulso porque cada día, cada experiencia, decisión o acción que realizamos nos ha hecho personas diferentes, más sabias, si es que invariablemente decidimos juntar todo ello en nuestra enorme canasta de aprendizajes.
Ser parte de la solución
Unos meses antes de que iniciara esta jornada de encierro viajé a San Luis Potosí, a un centro de peregrinaje espiritual que acostumbro a visitar un par de veces al año. Es un lugar que dispone mucho para la introspección y para hacer los altos necesarios que el ajetreo de la vida no permite hacer. En el corazón de la hacienda, en la enorme pared principal del Santuario se encuentra inscrito con letras negras el “lema” que encierra toda la espiritualidad del lugar, y que sin duda es el lema de mi vida y de todos los que la compartimos. Esta frase me ha dado identidad, y pone mi vida en una dinámica constante de búsqueda y crecimiento, por eso cada vez que voy ahí disfruto observarla. Sin embargo, hay un detalle insignificante que en los más de 20 años que llevo de visitar el lugar me había molestado.
En mi última visita, estaba absorta viendo la frase y al fin decidí compartir mi molestia con la amiga que estaba a mi lado: Sabes, le dije, me molesta mucho que a esa palabra le falta un acento (increíble que un detalle así me molestara por tanto tiempo, pero siendo una obsesiva de la ortografía no me sorprende).
Y su respuesta fue tan simple y directa: Pues sé tú el acento que falta.
La reflexión de esta sencilla anécdota personal apunta en el siguiente sentido: en este tiempo que ha sido tan difícil, y en donde se vislumbra uno aún más complicado, es necesario tener bien claro el propósito y los objetivos que animan nuestra vida y no centrar la atención en lo que falta, sino en hacernos cargo de ser parte de la solución.
Es necesario tener bien claro el propósito y los objetivos que animan nuestra vida y nunca centrar la atención en lo que falta, sino en hacernos cargo de ser parte de la solución.
Es indispensable saber ser el acento que resalte lo importante, que ponga orden y armonía en todos los aspectos de la vida, personal, familiar, profesional y social. Para ello, cada vez más será necesario reevaluar continuamente las habilidades con las que contamos y las que necesitamos, así como buscar los recursos adecuados para desarrollarlas y actualizarlas. Cada vez más tenemos que enfocar nuestra actitud hacia la gratitud como una herramienta que nos libere de cargas y renueve el optimismo y la esperanza, y hacia la solidaridad y empatía. Cambiar el “yo” por el “nosotros”, y voltear alrededor para saber que siempre habrá quien esté más necesitado y vulnerable que uno mismo. Eso nos vuelve equipo, familia, y sin duda nos da valor para perseverar y salir adelante como humanidad.
Cada uno aprende desde su propia experiencia
Decidí escribir estas líneas desde mi experiencia y no de forma impersonal porque a quienes me dirijo son personas que, como yo, buscan cierres y aprendizajes desde sus propias experiencias para prepararse a correr la carrera de obstáculos que tenemos por delante. Y es que detrás de las estadísticas, detrás de los indicadores y los números, siempre estamos las personas.
En un año en que la pandemia de salud ha generado una pandemia económica con consecuencias que aún no se alcanzan a dimensionar, y en la que miles de empresas han cerrado su operación, también existen compañías que están saliendo adelante y siguen luchando gracias al esfuerzo decidido de la gente que las conforman. Personas de todos los niveles organizacionales que han sacado la casta para hacer de forma extraordinaria su trabajo ordinario. Individuos con miedos e inquietudes, pero con voluntades inquebrantables para no quedarse de brazos cruzados sin luchar por el bienestar propio y el de todos. Colaboradores que en sus organizaciones se han subido al barco a remar sabiendo que, si le va bien uno, les va bien a todos.
Lo bonito de este 2020 es que nos hemos dado cuenta de ello y hemos dejado de ver solo los números para voltear a ver a las personas. Las empresas ahora más que nunca se están preocupando no solo por su marca sino por procurar el bienestar físico y mental de la fuerza laboral que las sostienen, y saben que dentro de su estrategia esto es igual de importante para lo que viene por delante.
Este 2020 NO se borra, porque bastante trabajo nos ha costado. Hay una frase que me parece muy cierta de Alfred D´Souza que dice: “Por largo tiempo me parecía que la vida estaba a punto de comenzar. La vida de verdad. Pero siempre había algún obstáculo en el camino, algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por dejar pasar, una deuda que pagar… entonces la vida comenzaría. Hasta que me di cuenta de que esos obstáculos eran mi vida.»
El gran obstáculo del Covid-19 es nuestra vida ahora, y no podemos esperar a que pase para retomar nuestros planes y anhelos. Ojalá que este 2020 pase a la historia por ser el año que nos hizo fuertes, por ser el año que más hemos aprendido y que más nos ha hecho apreciar la vida y crecer.
Conoce a la autora:
Elisa Bremer es Gerente de Comunicación en IDESAA. Colabora en la elaboración de propuestas de Desarrollo de Talento para las empresas en diversos temas de Liderazgo, Recursos Humanos, Calidad y Administración. Expositora en Congreso Eucarístico Nacional (2015), y actualmente Secretaria y Coordinadora Área Familia de la Comisión Arquidiocesana para los Laicos.