Cuando las empresas invierten en capacitación, buscan mejorar el desempeño de su gente. Sin embargo, existe una diferencia notable entre programas que solo transfieren conocimientos técnicos y desarrollan competencias, y aquellos que van más allá, los que realmente transforman a las personas y su relación con la organización.
Un programa construido para que las personas crezcan de forma integral —técnicamente competentes, personalmente fortalecidas y emocionalmente conectadas con el valor de lo que hacen— genera algo que supera las nuevas habilidades: construye sentido de pertenencia. Y cuando las personas sienten que pertenecen, los resultados se multiplican.
Simon Sinek, autor y conferencista reconocido por sus ideas sobre liderazgo y cultura organizacional, lo expresa: “La gente no compra lo que haces, compra por qué lo haces”. Esta premisa, tan poderosa en el mercado, aplica también dentro de las organizaciones. Las personas no se comprometen profundamente solo por ejecutar las actividades de su rol; se comprometen cuando entienden el propósito que hay detrás de su trabajo.
Según estudios de Deloitte, MIT Sloan y Gallup, cuando las personas encuentran propósito en lo que hacen, incrementan su compromiso en 2.3 veces, la rotación se reduce hasta un 40%, y la productividad mejora 31% en promedio.
Un proyecto de desarrollo bien diseñado y ejecutado no solo eleva el nivel técnico del personal, sino que también impacta positivamente su crecimiento personal y bienestar general. Esto sucede cuando se construye sobre tres dimensiones que trabajan de manera integrada:
- Dimensión técnica: Herramientas prácticas para la excelencia diaria y conocimiento profundo que genera confianza. Es el dominio de procesos, sistemas y habilidades específicas del rol.
- Dimensión personal: Desarrollo de autoestima y seguridad, habilidades que trascienden lo laboral. Cuando una persona siente que está creciendo como individuo completo, no solo como ejecutor de funciones, su relación con la organización cambia de naturaleza.
- Dimensión de propósito: Conexión emocional con el impacto de su rol y sentido de contribución significativa. Es comprender cómo su trabajo bien hecho genera valor real para clientes, colegas y la organización.
La clave está en entender que estas tres dimensiones se entrelazan en cada actividad, en cada contenido, en cada experiencia de aprendizaje del programa. Veamos cómo se ve en la práctica un programa diseñado de esta manera:
- Contextualización del impacto: Cada módulo o tema conecta explícitamente el rol con el resultado general. Un supervisor de producción no solo aprende a coordinar turnos; entiende cómo esa coordinación impacta la promesa de servicio al cliente. Un analista no solo domina el software; comprende cómo sus reportes informan decisiones que afectan el futuro de equipos completos.
- Historias de transformación: Los casos reales de personas que han encontrado crecimiento y realización se integran como parte del contenido. Estas historias ilustran conceptos, ejemplifican aplicaciones y humanizan el propósito organizacional.
- Visión de crecimiento: Las rutas claras de desarrollo profesional están incorporadas en la arquitectura del programa. Los participantes no solo adquieren competencias; ven con claridad cómo esas competencias abren puertas y generan nuevas posibilidades de crecimiento en la empresa.
- Conexión emocional: Los valores organizacionales se viven en las actividades, en los casos de estudio, en las reflexiones facilitadas, en los proyectos de aplicación. El propósito da sentido a cada sesión porque está presente en la médula del diseño.
Cuando un programa se diseña e implementa de esta manera, cada persona que lo experimenta logra una transformación que va más allá de nuevas habilidades. Cada interacción que tiene con clientes, colegas o colaboradores lleva la huella de alguien que entiende el valor de lo que hace. Cada decisión está informada por ese sentido de propósito. Cada momento que vive los valores con autenticidad fortalece la cultura organizacional.
El resultado no es simplemente personal más capacitado. Es una organización que trasciende la operación para convertirse en fuente de crecimiento humano, donde las personas no solo trabajan, sino que pertenecen.
En IDESAA, entendemos que el desarrollo de talento va más allá de transferir conocimientos. Diseñamos experiencias de aprendizaje que fomentan el sentido de pertenencia al incorporar las tres dimensiones del crecimiento humano en los proyectos de capacitación. Cuando las personas crecen de forma integral, la empresa se fortalece desde su base.
Conoce a la autora:
Yolanda Barquera es Directora de Desarrollo de Talento en IDESAA. Como coach y consultora, dedica su experiencia a transformar la forma en que las personas aprenden y crecen dentro de las organizaciones. Su pasión es diseñar experiencias de aprendizaje que conecten genuinamente con las personas e impulsen su desarrollo personal y profesional.