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En el artículo…
- Los roles han ido cambiando conforme a las circunstancias particulares y a las emociones que cada una ha experimentado.
- La Organización Mundial de la Salud define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Solo en un estado de bienestar completo es que la persona puede realizar plenamente sus capacidades y ser capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad.
El pasado mes de abril, un mes después que se decretó el distanciamiento social, un grupo de amigas nos propusimos seguir viéndonos, aunque fuera a través de una plataforma virtual para no perder contacto y darnos ánimo unas a otras. Ha sido evidente con el paso de los meses que siempre hay una que se encuentra más positiva que las demás, otra más ansiosa, una más preocupada, otra que parece no importarle, una que se aferra a lo espiritual, etc. pero los roles han ido cambiando conforme a las circunstancias particulares y a las emociones que cada una ha experimentado. Más de una, contrario a su habitual forma de ser, ha expresado sentirse deprimida, angustiada, desconcentrada, extremadamente agotada, o “a punto de volverse loca”. Y no se necesita mucha investigación (basta escuchar cualquier conversación o ver las noticias o redes) para saber que este mismo patrón se repite por todos lados, en muy diferentes ámbitos y niveles, económicos y sociales. Por esta razón, para mí es claro que mi pequeño grupo es una muestra muy representativa de lo que nos sucede a la mayoría de las personas a nivel global.
Los seres humanos estamos hoy más que nunca con emociones convulsas, y en muchos casos, en detrimento de nuestro bienestar y salud. Los estados emocionales intensos y prolongados afectan de forma negativa la calidad de vida de las personas, por tanto, las emociones negativas constituyen actualmente uno de los principales factores de riesgo para contraer enfermedades físicas y mentales.
La Organización Mundial de la Salud define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Por tanto, podemos ver mermada nuestra salud si la salud mental[1] lo está, aunque no haya problemas físicos de ninguna índole. Solo en un estado de bienestar completo es que la persona puede realizar plenamente sus capacidades y ser capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad.
Sin embargo, de acuerdo con expertos en salud mental de Latinoamérica, España y Estados Unidos actualmente, el 40% de la población está experimentando síntomas leves de ansiedad y el 29% de depresión como consecuencia del aislamiento[2]. Solo en Estados Unidos, la mayoría de los adultos (53%) cree que la pandemia está afectando su salud mental, el 36% reporta que las preocupaciones están interfiriendo con su sueño, un 18% dice que está perdiendo los estribos más fácilmente, y el 32% de las personas consultadas afirman que la pandemia ha hecho que coman menos o que se alimenten en exceso[3].
Lo cierto es que la pandemia solo ha exacerbado un problema que ya existía. La OMS en 2019 decretó que la economía mundial pierde cerca de US$ 1 billón al año en productividad debido a la depresión y la ansiedad. Y es que la crisis por el COVID es solo una de tantas dificultades. Todos sabemos que hay diversas situaciones socioeconómicos y medioambientales por las que muchas personas se sienten como al borde de un precipicio que parece no tener fondo.
En su mensaje dirigido al mundo entero en marzo de este año, el Papa Francisco expresó la siguiente frase: “Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”. Hubo muchas voces de réplica manifestando que no todos íbamos en la misma barca, “unos realizan el viaje en yate de lujo, otros en balsas”. Por mi parte, sin negar que unos van en camarotes de lujo y otros no, mi opinión es que el barco es el mismo, ya que todos, absolutamente todos, debemos enfrentar el mismo menú de emociones y lidiar con ellas. Es cierto que cada uno lucha desde su propia trinchera, pero todos nos enfrentamos ante la misma incertidumbre e impotencia; y todos tenemos que realizar el trabajo de sanar heridas, o de afrontar las experiencias y juicios de nuestra historia personal que influyen en nuestras emociones y determinan nuestras acciones.
Para mí, que tengo aversión a las atracciones extremas, sería fácil definir estos tiempos como un paseo en montaña rusa. Te subes a un carro donde no tienes el control; las subidas y bajadas continuas te hacen sentir vértigo y el estómago a punto de estallar; durante el recorrido no sabes cuánto más durará el sufrimiento; y cuando por fin se detenga el carrito, no sabes si al bajarte vas a ir a dar al suelo. Y así es la realidad para muchas. Nos sentimos ansiosos, fatigados, y no sabemos qué va a pasar después de la pandemia. ¿Qué tan afectada se verá la economía de mi país y la mía propia? ¿Sobrevivirá mi negocio a esta crisis? ¿Seguirán tomando tan malas decisiones aquellos que se supone deben decidir lo mejor para todos?
No obstante lo anterior, aunque principalmente en estos tiempos predominan emociones negativas, lo cierto es que también existen cosas muy positivas: numerosos testimonios de heroísmo, de servicio y generosidad; mentes creativas que constantemente buscan nuevas formas de reinventarse y crecer, de aprender algo más, y sobre todo, de ayudar a los más desprotegidos y necesitados; en estos meses también ha circulado libremente por las redes suficiente arte, música, libros, viajes, seminarios inspiradores, coaching, que falta tiempo para recorrer todo ello. Existe además una consciencia colectiva de que el mundo no puede seguir igual. Hoy, muchas personas valoran más un abrazo que un regalo, una conversación, la naturaleza. ¿Por qué no todos reaccionamos igual? El mundo emocional de cada persona establece su realidad y sus posibilidades, por tanto, si las emociones se trabajan de manera adecuada, crean posibilidades infinitas. Eso es esperanzador.
“La vida es un 10% lo que haces y un 90% como reaccionas”
-Irving Berlin
[1] En su Plan de acción sobre Salud Mental, la OMS considera salud mental como algo más que la ausencia de trastornos o discapacidades mentales.
[2] Ansiedad y depresión, legado del covid-19: Periódico Excelsior, 09 de julio de 2020.
[3] La fatiga pandémica no solo te afecta a ti: The New York Times, 7 de agosto de 2020.
El cambio organizacional es una necesidad empresarial para crecer y tener éxito, sobre todo en escenarios volátiles, complejos y de incertidumbre. En IDESAA tenemos amplia experiencia en desarrollar las capacidades necesarias en los líderes del cambio organizacional para que puedan gestionarlo correctamente e impulsarlo a través de mejores estrategias.
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Diplomado en Desarrollo de Competencias Gerenciales
Conoce al autor:
Elisa Bremer es Gerente de Comunicación en IDESAA. Colabora en la elaboración de propuestas de Desarrollo de Talento para las empresas en diversos temas de Liderazgo, Recursos Humanos, Calidad y Administración. Expositora en Congreso Eucarístico Nacional (2015), y actualmente Secretaria y Coordinadora Área Familia de la Comisión Arquidiocesana para los Laicos.